La ley evangélica, perfección de la ley natural

Descripción del Articulo

Dios llama al hombre a ser lo que es, a realizarse en cuanto persona humana. Por ello podemos considerar que al crear Dios al hombre, y dotarle de un modo de ser, de una naturaleza propia, le está llamando a través de ella a realizarse según ella. Podemos decir que Dios llama al hombre desde la leym...

Descripción completa

Detalles Bibliográficos
Autor: Loli Morales, John Fredy
Formato: tesis de grado
Fecha de Publicación:2018
Institución:Universidad Católica de Trujillo Benedicto XVI
Repositorio:UCT-Institucional
Lenguaje:español
OAI Identifier:oai:repositorio.uct.edu.pe:123456789/491
Enlace del recurso:http://repositorio.uct.edu.pe/handle/123456789/491
Nivel de acceso:acceso abierto
Materia:Ley evangélica
Otras humanidades
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Nos es por tanto necesario establecer el concepto de naturaleza humana, como norma del bien; se busca en esa misma naturaleza el fundamento y la fuente de la ley moral. Dios es autor de la ley natural, pues la ha promulgado por el mismo hecho de haber creado la naturaleza humana con sus cualidades y tendencias, y con las obligaciones que de ella dimanan, y por el hecho de haber dado al hombre la capacidad de conocerla. Y una muestra clara de ello es el planteamiento que hacemos de los diez mandamientos como una manifestación de la ley natural, Dios lo ha querido así. El contenido de la ley natural, que la razón puede alcanzar, ha sido revelado en el Decálogo. De este modo el creyente conoce su contenido también mediante un elemento externo o escrito, no ya por sola tradición de los hombres, sino otorgado por la misma sabiduría de Dios. El Decálogo contiene la totalidad de los preceptos deja ley natural. En un segundo momento del trabajo, desarrollamos la ley evangélica, entendida, como una ley que no se limita sólo a mandar lo que debemos hacer, sino que da la luz para conocerlo y fuerza para cumplirlo; no se limita a indicamos lo que hemos de hacer y a exhortarnos a llevarlo a cabo. Figuradamente hablando es como si la ley natural fuese un hombre con una linterna entre manos en medio de la oscuridad, intentando ampliar su panorama de visión; cometido que no lo logrará completamente sin esa ley que concede plenitud y claridad, ley que disipa la oscuridad para introducir aquello que perfecciona toda ley: el amor, ley de Cristo, ley del Espíritu Santo, ley de vida interior, ley evangélica. Por consiguiente, se afirma que el hombre puede conocer la ley con las simples fuerzas de la razón natural, lo que no puede hacer es cumplirla. La ley natural por si sola es tan incapaz de justificar al hombre como la ley del Antiguo Testamento. Quien vive los primeros principios, los más elementales de la ley natural, está mejor dispuesto y capacitado para amar a Dios. Aun cuando el cumplimiento de las normas morales suponga esfuerzo, aquel que ama a Dios las observa con gusto. Y esto no es sino una consecuencia de la ley evangélica. ¿Puede hablarse de ley a propósito de la nueva vida en Cristo? ¿No equivale esto a insinuar que el aspecto legalista, tan característico de la antigua ley, superada, continúa prevaleciendo en la nueva? Semejante objeción solo tiene alcance si únicamente se ve la ley en su aspecto externo; en cambio, si se toma la ley en sentido propio, aunque analógico, de ordenación, de orientación del obrar humano hacia un bien, es indiscutible que la nueva ley en Cristo puede llamarse ley en cuanto tal, que orienta al hombre hacia su destino sobrenatural por una transformación profunda de la naturaleza humana. Esta ley, tiene como finalidad hacer al hombre participe de la naturaleza divina en Cristo y, por ende, de la ley nueva evangélica, es la salud eterna, la justificación del hombre en Dios. Esta justificación tiene como principal característica, la renovación interior del hombre cuyo efecto es hacerlo participe de la naturaleza divina y, consiguientemente hijo adoptivo de Dios, a la vez abrirlo a una perspectiva de expansión. Colocaremos asimismo en el centro mismo de la ley nueva a lo que se le ha llamado la carta magna del reino de Dios, por ende, del cristiano: el sermón de la montaña que, implica un profundizar en el sentido de la interioridad, en el nivel del corazón. Lo esencial reside en la bondad del corazón y la calidad de la intención, es una moral totalmente interior opuesta a la moral exterior de la ley. Se trata pues de un destino que trasciende radicalmente las posibilidades y exigencias de la naturaleza humana, por elevarla a un nivel propiamente divino Así la ley natural expresa las tendencias y exigencias de la naturaleza humana racional. La nueva ley, divina, no es otra cosa que el dinamismo divino que hace al hombre capaz de alcanzar la filiación divina. Ahora bien, este dinamismo introducido por Dios en la humanidad, no es otra cosa que la gracia del espíritu Santo que actúa en el hombre para transformarlo. En un tercer y último capítulo desarrollaremos el punto convergente de los dos anteriores. Perfección de la ley natural y universalidad de la ley evangélica, pasando por un parangón hecha entre el sermón de la montaña y los diez mandamientos. Antes la ley se presentaba como un cumulo de prohibiciones, como una pesada carga difícil de soportar, en cambio cuando la ley se corona con el mandamiento nuevo se experimenta la verdad de las palabras de San Agustín: ama y haz lo que quieras, el amor lleva a cumplir gozosamente los simples deseos del amado y no solo sus mandatos. La persona de Jesucristo es la norma, la ley del cristiano. La plena valorización de la ley natural presupone el nuevo plan de gracia, en el que se otorga a los creyentes “comprender” y cumplir el inexorable mandamiento. La ley del cristiano, ya no está solamente en el Decálogo como si todo siguiese igual que antes de la venida de Jesucristo. Se trata pues, sin duda de una ley de fe y de conocimiento sobrenatural. Esta ley es, pues, una ley de amor (Rm 13,10). Debido a este carácter, la gracia, sinónimo de la nueva ley, se confunde con la caridad. Trataremos de establecer la existencia de esta ley natural, luego su eficacia propia en el orden cristiano de la gracia, entendida como la participación en la naturaleza racional del hombre, de la ley eterna y la fuente de los derechos de la persona humana. Aunque la afirmación ley evangélica, perfección de la ley natural, ha sido por mucho tiempo objeto de críticas para nada constructivas para la Iglesia y, además hoy este mismo tema ha caído en el olvido por parte de los que formamos la Iglesia, guardiana de los derechos morales naturales, nos sentimos motivados a revitalizar esta realidad tan cierta, que no puede pasar por desapercibida, no, tomando por separado a la ley natural sino identificarla, más aun, completarla con aquello que planifica y dignifica a esta ley innata en el hombre que es la ley evangélica.
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Como ya de alguna manera se vislumbra, el itinerario del trabajo es concebir la ley natural como las exigencias imperativas derivadas de la naturaleza humana. Nos es por tanto necesario establecer el concepto de naturaleza humana, como norma del bien; se busca en esa misma naturaleza el fundamento y la fuente de la ley moral. Dios es autor de la ley natural, pues la ha promulgado por el mismo hecho de haber creado la naturaleza humana con sus cualidades y tendencias, y con las obligaciones que de ella dimanan, y por el hecho de haber dado al hombre la capacidad de conocerla. Y una muestra clara de ello es el planteamiento que hacemos de los diez mandamientos como una manifestación de la ley natural, Dios lo ha querido así. El contenido de la ley natural, que la razón puede alcanzar, ha sido revelado en el Decálogo. De este modo el creyente conoce su contenido también mediante un elemento externo o escrito, no ya por sola tradición de los hombres, sino otorgado por la misma sabiduría de Dios. El Decálogo contiene la totalidad de los preceptos deja ley natural. En un segundo momento del trabajo, desarrollamos la ley evangélica, entendida, como una ley que no se limita sólo a mandar lo que debemos hacer, sino que da la luz para conocerlo y fuerza para cumplirlo; no se limita a indicamos lo que hemos de hacer y a exhortarnos a llevarlo a cabo. Figuradamente hablando es como si la ley natural fuese un hombre con una linterna entre manos en medio de la oscuridad, intentando ampliar su panorama de visión; cometido que no lo logrará completamente sin esa ley que concede plenitud y claridad, ley que disipa la oscuridad para introducir aquello que perfecciona toda ley: el amor, ley de Cristo, ley del Espíritu Santo, ley de vida interior, ley evangélica. Por consiguiente, se afirma que el hombre puede conocer la ley con las simples fuerzas de la razón natural, lo que no puede hacer es cumplirla. La ley natural por si sola es tan incapaz de justificar al hombre como la ley del Antiguo Testamento. Quien vive los primeros principios, los más elementales de la ley natural, está mejor dispuesto y capacitado para amar a Dios. Aun cuando el cumplimiento de las normas morales suponga esfuerzo, aquel que ama a Dios las observa con gusto. Y esto no es sino una consecuencia de la ley evangélica. ¿Puede hablarse de ley a propósito de la nueva vida en Cristo? ¿No equivale esto a insinuar que el aspecto legalista, tan característico de la antigua ley, superada, continúa prevaleciendo en la nueva? Semejante objeción solo tiene alcance si únicamente se ve la ley en su aspecto externo; en cambio, si se toma la ley en sentido propio, aunque analógico, de ordenación, de orientación del obrar humano hacia un bien, es indiscutible que la nueva ley en Cristo puede llamarse ley en cuanto tal, que orienta al hombre hacia su destino sobrenatural por una transformación profunda de la naturaleza humana. Esta ley, tiene como finalidad hacer al hombre participe de la naturaleza divina en Cristo y, por ende, de la ley nueva evangélica, es la salud eterna, la justificación del hombre en Dios. Esta justificación tiene como principal característica, la renovación interior del hombre cuyo efecto es hacerlo participe de la naturaleza divina y, consiguientemente hijo adoptivo de Dios, a la vez abrirlo a una perspectiva de expansión. Colocaremos asimismo en el centro mismo de la ley nueva a lo que se le ha llamado la carta magna del reino de Dios, por ende, del cristiano: el sermón de la montaña que, implica un profundizar en el sentido de la interioridad, en el nivel del corazón. Lo esencial reside en la bondad del corazón y la calidad de la intención, es una moral totalmente interior opuesta a la moral exterior de la ley. Se trata pues de un destino que trasciende radicalmente las posibilidades y exigencias de la naturaleza humana, por elevarla a un nivel propiamente divino Así la ley natural expresa las tendencias y exigencias de la naturaleza humana racional. La nueva ley, divina, no es otra cosa que el dinamismo divino que hace al hombre capaz de alcanzar la filiación divina. Ahora bien, este dinamismo introducido por Dios en la humanidad, no es otra cosa que la gracia del espíritu Santo que actúa en el hombre para transformarlo. En un tercer y último capítulo desarrollaremos el punto convergente de los dos anteriores. Perfección de la ley natural y universalidad de la ley evangélica, pasando por un parangón hecha entre el sermón de la montaña y los diez mandamientos. Antes la ley se presentaba como un cumulo de prohibiciones, como una pesada carga difícil de soportar, en cambio cuando la ley se corona con el mandamiento nuevo se experimenta la verdad de las palabras de San Agustín: ama y haz lo que quieras, el amor lleva a cumplir gozosamente los simples deseos del amado y no solo sus mandatos. La persona de Jesucristo es la norma, la ley del cristiano. La plena valorización de la ley natural presupone el nuevo plan de gracia, en el que se otorga a los creyentes “comprender” y cumplir el inexorable mandamiento. La ley del cristiano, ya no está solamente en el Decálogo como si todo siguiese igual que antes de la venida de Jesucristo. Se trata pues, sin duda de una ley de fe y de conocimiento sobrenatural. Esta ley es, pues, una ley de amor (Rm 13,10). Debido a este carácter, la gracia, sinónimo de la nueva ley, se confunde con la caridad. Trataremos de establecer la existencia de esta ley natural, luego su eficacia propia en el orden cristiano de la gracia, entendida como la participación en la naturaleza racional del hombre, de la ley eterna y la fuente de los derechos de la persona humana. Aunque la afirmación ley evangélica, perfección de la ley natural, ha sido por mucho tiempo objeto de críticas para nada constructivas para la Iglesia y, además hoy este mismo tema ha caído en el olvido por parte de los que formamos la Iglesia, guardiana de los derechos morales naturales, nos sentimos motivados a revitalizar esta realidad tan cierta, que no puede pasar por desapercibida, no, tomando por separado a la ley natural sino identificarla, más aun, completarla con aquello que planifica y dignifica a esta ley innata en el hombre que es la ley evangélica.Tesisapplication/pdfspaUniversidad Católica de Trujillo Benedicto XVIinfo:eu-repo/semantics/openAccesshttps://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/Universidad Católica de Trujillo Benedicto XVIRepositorio institucional - UCTreponame:UCT-Institucionalinstname:Universidad Católica de Trujillo Benedicto XVIinstacron:UCTLey evangélicaOtras humanidadesLa ley evangélica, perfección de la ley naturalinfo:eu-repo/semantics/bachelorThesisSUNEDULicenciado en TeologíaUniversidad Católica de Trujillo Benedicto XVI. 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